Tomada cualquiera de tus manos,
los dedos tan torcidos por los años y las bombas,
todavía hoy pienso en cómo era eso paradoja
de lo recto de tu amor y tu ternura,
que cada uno de tus cariños
tan quebradizos y frágiles como ramitas de alcanforero,
puestos juntos uno a uno en mi pecho como un trenzado manojo
fueran tan inquebrantables, tan longevos,
tan vertebrales.
Tu mirada, bálsamo precioso y accidental,
aún persiste aquí en la mía, menos mía estas horas
y más de ti a cada minuto del día,
pues así es también luna el reflejo de la luna en el estanque,
así persiste como una indescifrable seguridad
de lo que es bueno y lindo de este mundo que se extingue,
persiste como arrancado mascarón de Minerva
que las olas traen a vera del náufrago en la mitad del naufragio,
persiste más como mirada que como memoria, abuela,
más como un conocimiento
de todo lo que importó alguna vez más que nosotros mismos.
Nos dijimos que nos queríamos a pesar de innecesario,
nos dijimos casi todo,
poco quedó reservado al después, cuando la ruina,
mas ya ves que todavía hablo solo esperando no sé qué milagro,
acaso que Dios exista el poquito rato que me lleve escribir esto
y que te llegue igual que te llegaron a la frente mis besos
y a los brazos mis caricias
y al maltrecho oído mi llanto disfrazado de cotidianidad.
Hoy eres el silencio necesario en mis habitaciones
y en mi corazón la sangre que oxigena mis manos y mis labios
y da calor prestado a mi vida.
Te quiero tanto que voy a omitir el pretérito, yaya,
aprovecho este poquito rato en el que finjo que existe Dios y que es bueno
para que puedas oírlo una innecesaria vez más.
Tanto te quiero, te querré y te quería.