lunes, 29 de mayo de 2017

mímir


si acaso la palabra es cáscara
del fruto escondido más hermoso,
así tú estás, parasiémprica muchacha,
de un  callado Yggdrásil de granadas
en todas las semillas

si muerdo o dentelleo,
si la cáscara rompo, la palabra quiebro,
más te sepo y te sé y me sabes,
parasiémprica muchacha,
a semillas de Yggdrásiles callados
adentro de granadas



lunes, 6 de julio de 2015

los diarios de tu boca


has de saber, amor, que el mundo todavía
es una guerra que estalla a diario
adentro sólo de la trinchera,
que el otro aún nos sojuzga desdentado
   uniformado de mandíbula tras los barrotes
      de esta inversa jaula que encierra a lo de afuera,
de esta habitación de bodegones por ventanas,
de esta eternidad nuestra que linda con el muro,

has de saber que todavía tenemos miedo
a no servir de nada, sí,
y aún seguimos siendo, amor, como aviones de papel
que si caídos de la mano del niño
                                                 creen que vuelan.

sabe que vivimos pendientes de lo que ha de llegar,
que percute en el tejado de la piel como una lluvia de cristales,
que el mañana es la palmada que hace llorar al hijo en el vientre,
que afuera está pasando Dios, amor, tapando el sol
                                        como una nube negra de pecados.

mas sabe también que aquí adentro los periódicos
los traes tú presos en la boca, como una dueña dada a sus perros;
                   que lo escrito en ellos sea acaso para mí, amor,
                                 todo lo que está pasando afuera.




lunes, 29 de junio de 2015

Gregoria


Tomada cualquiera de tus manos,
los dedos tan torcidos por los años y las bombas,
todavía hoy pienso en cómo era eso paradoja
de lo recto de tu amor y tu ternura,
que cada uno de tus cariños
tan quebradizos y frágiles como ramitas de alcanforero,
puestos juntos uno a uno en mi pecho como un trenzado manojo
fueran tan inquebrantables, tan longevos,
                                                   tan vertebrales.

Tu mirada, bálsamo precioso y accidental,
aún persiste aquí en la mía, menos mía estas horas
y más de ti a cada minuto del día,
pues así es también luna el reflejo de la luna en el estanque,
así persiste como una indescifrable seguridad
de lo que es bueno y lindo de este mundo que se extingue,
persiste como arrancado mascarón de Minerva
que las olas traen a vera del náufrago en la mitad del naufragio,
persiste más como mirada que como memoria, abuela,
más como un conocimiento
                       de todo lo que importó alguna vez más que nosotros mismos.

Nos dijimos que nos queríamos a pesar de innecesario,
nos dijimos casi todo,
poco quedó reservado al después, cuando la ruina,
   mas ya ves que todavía hablo solo esperando no sé qué milagro,
acaso que Dios exista el poquito rato que me lleve escribir esto
y que te llegue igual que te llegaron a la frente mis besos
                            y a los brazos mis caricias
                                 y al maltrecho oído mi llanto disfrazado de cotidianidad.

Hoy eres el silencio necesario en mis habitaciones
y en mi corazón la sangre que oxigena mis manos y mis labios
                                                     y da calor prestado a mi vida.

Te quiero tanto que voy a omitir el pretérito, yaya,
aprovecho este poquito rato en el que finjo que existe Dios y que es bueno
                                              para que puedas oírlo una innecesaria vez más.

Tanto te quiero, te querré y te quería.


lunes, 25 de mayo de 2015

Quijotes de Avellaneda


Rocinante protestó atado a la oliva apartando buenos manojos de tierra con las patas pero en nada quedó tranquilo, en cuanto notó fresco, y se sentó. El sol escocía como sal en una herida haciendo brillar los cantos del campo, y las amapolas y las copas se mecían llevadas por la brisa con un siseo constante que invitaba a siesta. Alonso buscó sombra y dejó caer la osamenta como un saco a pie del árbol. Sancho se llegó a su lado con dos pedazos de queso y sendas hogazas de pan.

-Debiera usté comer algo, está hoy desmejorado en demasía mi señor, bien pudiera desmayárseme así de pronto y darme buen susto y ya buen trecho llevamos para quedarnos tendidos acá tan cerca de hospedaje.

-Harto me hayo de imaginarios quesos, Sancho, y tampoco ando tan preso de hambres como para otra abstracción. Tan sólo quiero algo de sombra fría y silencio, pues has de saber que es el caballero criatura que entre gesta y gesta necesita más de quietud que de alimento.

Rascose Sancho la testa, mordió queso y pan y dejó ir sonora ventosidad. Miró a la aldea poniéndose la mano desta forma sobre los ojos, al final de la explanada veíanse hombres y mujeres llenando calles de alborozo. Fiesta buena parecía aquella y apetecible para cansadas criaturas que viniesen de desfacer entuertos y restituir honores, caballeros fueren o no fueren.

-Si sé yo bien que no existimos ni el señor ni yo mas que en pluma del que escribe, pero en esas digo que esa buena aldea de allá ha de ser la de Montiel y esa su fiesta. Y si el señor no tiene inconveniente pueda yo acercarme en el borrico y traerme algunas viandas, estas más sabrosas que inventadas y mejores para estas nuesas tripas.

Alonso se descubrió dejando caer la vacía entre las raíces del olivo, se adecentó las cuatro canas cenicientas que pegadas al sudor del cráneo hacían las veces de melena. Lo miró hastiado, gordo aquél como un odre y basto como un arado, mas mirolo con amor y cierta ternura.

-Ay, mi buen Sancho, tan ficticio como eres y tan telúrico en las actitudes. Lo mesmo te diera que fuésemos o que no con tal de tragarte un venado y bañarlo de vinos. Haz lo que vieres, mas mira bien que aquello no es aldea sino pueblo, y que no es tierra de ahoras sino de otros tiempos más allá en que tú y yo no semos ni aún siendo escritos ni reales, acaso remembrados. Ve esos hilares negros que cruzan la campiña de lado al lado horadando la tierra, son hilos de teléfono, alma de cántaro, que no hayas visto tú en tu vida ni mentar, y desos carruajes que campan sonoros sin que medie jamelgo alguno no pudiere decirse que es obra de diablo sino de hombre avespado desos que nuestra iglesia dispone en buena lumbre como de galianos. Haz lo que vieres, digo, y llégate tan presto como te sea menester, mas no te sorprenda que no vean esas gentes de ti más que el aire mejor del que estás hecho...

Rascose Sancho la testa, mordió queso y pan y dejó ir sonora ventosidad. Volvió a mirar al pueblo con pesar notorio y agachó la cabeza mascullando. Al tornarse a mirar vio una muchacha que destacaba especial entre el barullo.

-Más pena me da que no vieren al señor que a mí, que no gozo con mostrarme y nada hice para que mirárseme alma alguna mereciera. Por la señora Dulcinea que allá campa júrole a usté que bien cambiara yo estos quesos, que aunque falaces a gloria saben, por que a su merced miraran todos en justo reconocimiento, que de muchos gigantes del tal tunante Frestón buena cuenta diera mi señor Don Quijote sólo para a mi señora llegarse venturoso y a sus pies darse.

-No responde aquesta dama ni por Dulcinea ni por Aldonza, mi buen Sancho, que de bellísima y honrada Dolores trátase, y por llegarse hasta ella con gigantes no ha habido de bregar el que te habla ni un sólo párrafo, sino molinos como torres el que agora nos inventa y narra, que bien sabe Dios que más horrendos que gigantes resultan los molinos por dolorosos, inamovibles y reales. Y sin embargo mira, Sancho, ese racimo de guijarros blancos que preña la tierra y refulge glorioso al sol desde acá nuestra oliva a la fermosa Dolores de Montiel, no es sino vencida ruina de molino, que ahora sirve de camino o alfombra que a sus pies conduzca.

Rascose Sancho la testa, mordió queso y pan y dejó ir sonora ventosidad. Que el diablo le llevara si su amo no lucía más existente y caballero que nunca bajo aquel olivo, vestido con cuatro latas mal dispuestas, por yelmo una vacía de barbero y por espada un billete sólo de ida en el talgo que lleva de Barcelona a Montiel.