viernes, 24 de octubre de 2014

prosa


Claro que echo de menos ese silencio bonito de hablarte, de que tú me hables a mí, tan callados, tan plácidamente solos. Hay tanto ruido aquí en Marte, amor, tantos sonambulismos insoportables ofertados como vigilias... y creo que nos queda muy poco tiempo para cuidar el uno del otro en la Tierra como quisiéramos, y ya sin el disfraz de las pieles y la carne decir lo verdaderamente dicho sin separar convenientemente las oraciones. Pero así es, sin demasiado esfuerzo, tan sólo con querernos bien, hemos alcanzado tú y yo la cumbre del adjetivo sencillo. Y todo es fácil y todo es bueno entre nosotros y ya no es necesario refugiarnos cada uno en su enmarañado ovillo de sinapsis como si fuésemos gatos de salón en la mitad del tedio, cuando cada rincón de los callejones puede ser para ambos una madriguera o un nido o una casa, un hogar para una mujer y un hombre que quieran ser sólo eso.




viernes, 12 de septiembre de 2014

carabelas de papel de diario


me descubro un alma caleidoscópica a la luz de tu ausencia,
carabelas de papel de diario en el torrente turbio
                                     que conduce al inexplorado albañal
van despacio descubriendo carabelas de papel mojado bajo el torrente.

así horado mil veces de la apátrida bandera de mi hogar esta ausencia de ti,
            para mil veces herirla, mil veces muera abanderada de buena necesidad.

siendo yo ahora que tú no ocupes este presente tiempo infinito,
siendo yo ahora perpetuo tu falta e incomparecencia
entiendo mejor de la ventana cerrada ese aire impuro que
                          ahogándose insecto percute en la transparencia del cristal,
esas cinéreas, abandonadas, lunares vías de extrarradio acorraladas
                                        por coloridos grafitos de Vane ama a Adrián,
la farola adentro de la estación a la que sólo acució la lluvia de los perros,
entiendo plenamente al ciudadano que sin demasiadas ganas
                                                       juega a los hombres y a las amebas.




miércoles, 3 de septiembre de 2014

campo de Montiel


los árboles son allá tan bajos, me parece que copan el campo de copas de árbol
hasta que todo es copa, árbol y campo a un tiempo,
árida y homogénea mixtura entre lo que se alza y lo que se arrastra
tan distinta a lo que Machado inventaba como pompas de jabón,
mirar por la sucia ventanilla del talgo entonces
es como mirar el soslayo de la alfombra de uno estirado en el suelo del salón,
todo lo que existe en el mundo
es el mundo mismo en el que impacta el cuerpo adormecido,
mira qué callado tacto del ínfimo todo,
y es obviamente terrible, me parece, mirar tras la ventana de un tren y ver,
tras el polvo, carente de oblicuidad, la nada.

pero sabes también que yo siempre digo que ya sabes que yo siempre dije,
y así es,
que yo procuro mirarte a vos tan sólo, tanto más da si es vos antes que tú,
y también cuando duermo o me desmaya mi riñón indómito,
y también bajo la ducha con los ancianos párpados amortajados en jabón,
y también cuando no, aún especialmente entonces,
así voy restándole pompa y drama a que allá los árboles sean tan, tan bajos,
que dejando ver todo no pueda verse entonces nada.
por aquello de que yo siempre estuve, estoy, mirándote a vos,
me parece que hasta cuando vos no estabas,
especialmente entonces y para siempre especialmente,
lo que es especialmente bonito, también en Montiel,
árida y homogénea mixtura entre lo que se alza y lo que se arrastra
tan distinta a lo que Machado inventaba como pompas de jabón,
mas donde estás vos, especial y tan distinta a todo.


martes, 5 de agosto de 2014

que no son monedas


en la mitad del universo babilónico,
este austero rincón silente y marginal
es un lindo órgano roto en la gran catedral sonora,
acaso arrulle el alma e invite a sueños sinceros
como haría el colchón raído de la abandonada fábrica de cornetas.

si exorno mi persona sentado estatuario en las vacías y fastuosas galerías de arte,
si pongo pelusa de un bolsillo al trasluz de las muchas ventanitas de oro veo
que no son monedas.

que no son monedas.

la pobreza es un estado de gracia que requiere equilibrio,
concentración, un corazón relativo que lata estruendoso aún en negras profundidades,
es hundirse a veces un proceso horizontal del espíritu moderno
rebelado a la perspectiva vertical de cien pretéritas vidas.

hoy se me antoja horrendo ese concierto de tontas palmadas tras cada pomposa sinfonía,
este asqueroso motor de mil caballos que ronronea en el auto al linde del abismo

tan bellos y eternos,
los labios de las estatuas de los parques besan aún bajo la mierda de las aves,
aún bajo las lluvias, aún frente a los mocos de los críos de los toboganes,
dan a luz besos eternos que sobreviven a la historia

pero yo beso besos que mueren continuamente porque son besos vivos,
accidentales, minúsculos y míos, tuyos, como la pelusa simple de nuestros bolsillos.

si pongo pelusa de un bolsillo al trasluz de las muchas ventanitas de oro veo
que no son monedas, amor,

que no son monedas.


lunes, 5 de mayo de 2014

verdad de Dios


La loma del pueblo empezaba a ponerse negra como el carbón en su firmamento, el calor se había esfumado dejando paso a un fresco incómodo, de los que calan. Ernesto Lirondo acababa de llenar otro capazo de limones mientras su hijo Pascual tallaba avieso un tronquito a golpe de navaja.

-Deberíamos entrar, empieza a soplar fuerte, Pascualillo.

Pascual terminó aprisa de horadar el último agujero en la madera y alzó el instrumento con la diestra poniéndolo a contraluz. -Va a sonar bien, esta bicha, padre, verá qué concierto...

Ernesto metió otro capazo repleto de limones en la camioneta y se volvió hacia Pascual sudado como un gorrino mientras se limpiaba las manos en los bolsillos traseros del tejano.

-Anda, niño, déjate de musicajos y arrima el hombro que hoy no me vuelves a hacer lo del sábado. Mira qué nubazas negras vien' por ahí... Como nos coja el tiempo te cuesta el hato, ya te voy avisando...

Pascual se echó la flauta a la bolsa y se descolgó de un salto del arbolito. Alzó otro capazo bien lleno y lo puso junto al resto en el vehículo.

-Tampoco pesa tanto, padre. Es usté' un exagerao... Está viejo. Y amargao. El padre Antero siempre dice que nació usté pa' gente fina, pero que no lo sabe...

-El padre Antero tampoco es que naciera cura, por lo que se oye, y tú sigue hablando que te desnazco de un capón, desgraciao... -Ernesto escupió la colilla finita a su izquierda ocultándole una incipiente sonrisa a su hijo. -Carga y calla, anda, que ya he notao una gota y se me está erizando el colodrilo.

La camioneta arrancó apenas cuatro minutos después cargada de capazos y se deslizó cuesta abajo hacia los Guildivernos dejando su característica falda de humos negros. Padre e hijo estuvieron callados hasta alcanzar la primera de las casas.

-Oiga padre, ¿usté cree que Dios coge limones? Porque a mí me da... que no.

-Dios hace lo que le sale de los cojones, que pa' eso es Dios... Qué tontería, que si coge limones... ¿Pa' qué preguntas eso?

-Es que el Padre Antero dice que Dios habrá hecho los limones, pero que pa' cogerlos ya está el tonto del Ernesto. -El niño sopló la flauta y puso risueño la cabeza en el vidrio de la puerta.

Ernesto se volvió al mocoso con la geta carmesí.

-Oye, tonto'el haba, tú hoy quieres que te deslome, ¿no? Al padre Antero le dices la próxima vez que cuando le apetezca abrir la bocaza que sea para pimplarse otra botella de vinacho, y tú respeta, niñato, respeta, que soy tu padre, leñe...

-Mira que es atún, padre, si cuando el padre Antero dice eso de que Dios habrá hecho los limones, pero que pa' cogerlos ya está el tonto del Ernesto, lo dice porque le respeta a usté... No ve que Dios no es que no coja limones porque no sepa, es porque no quiere, y por eso dice el padre Antero que Dios es un incapaz con muy mala folla, y los ernestos unos benditos a los que hay que querer por narices... -Pascual retomó la flauta y entonó una melodía preciosa que deshizo a Ernesto. -Y eso lo dijo bebiendo agua, padre, que la botella de vino ya se la había pimplao' hacía un buen rato en la sacristía...

Ernesto bajó la luna de la camioneta y escupió una segunda colilla, esta vez para ocultarle a su hijo algo muy distinto a una sonrisa.

El niño bajó entonces la suya y puso la mano afuera bajo la lluvia y la ventolera sosteniendo la flauta en horizontal. El aire frío del camino recorrió los recovecos del instrumento dejando escapar un monótono tirurí que no sonaba a nada.

-Y además, padre, fíjese que la flauta también la toca mal remal, qué quie' que le diga...

Ernesto miró a su hijo y este le pareció un poco más alto que esa misma mañana.

-Tu madre sí que tocaba bien, ¿verdad?

-Buah, padre, mejor que Dios, de aquí a Calatrava...