viernes, 28 de septiembre de 2012

crisantemo que enferma de amapolas


Otra mañana
lleva sobre sí el océano de Barcelona
un otro sol
finamente hilado
extendido a lo largo de su oleaje
          como el destello clandestino
          en los oropeles
          de un precioso vestido de noche
          durante sus quietas horas de armario,

acaso devanado
laboriosamente
tarde a tarde
pueda constituir algún día
un otro sol
que hacer brillar
sobre los vacíos pesqueros
que regresan entrado el ocaso
          a los puertos
          de aquí adentro,
         
          el desierto de las flores.

Y tal vez
que sea ese otro sol no tan de veras
          el que nos salve definitivamente del frío.

De igual forma
el saludo amable de las vecinas,
las díscolas cercanías en el tranvía repleto,
el aroma a ayeres de una blusa,
la nana en la voz familiar de una desconocida,
la lectura coincidente de aquella señorita del vagón,
los silencios que hacen festivos a los ascensores,
este bello afuera que encierra mi pecho,

acaso recogido laboriosamente
todo ello
tarde a tarde
pueda constituir algún día
un otro ella
que tienda su mano,
una ternura o compañía
sobre el vacío cuerpo
que regresa
entrado el ocaso
          a los hogares
          de aquí adentro,
         
          el desierto de las flores.

Y tal vez
que sea ese otro ella no tan de veras
          el que me salve definitivamente de ti.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

bella fractura de mí


Sobre las cornisas grises
del juzgado
tu cuerpo desnudo
estira los brazos
y se precipita
con un tirabuzón a las aceras
cada tarde
cada
tarde
cerca de la Estación de Francia.

Ignoro los porqués de ese cemento
que te deja hendirte limpiamente
en el mundo explicable
chapaleando en el asfalto
como piscina vacía
que hace de su núcleo sólido
estanque
y motea de ciudades
los primeros brotes de un jardín
inexistente
crecido abajo de mí,
también el porqué
de tus evanescentes presencias diarias,
ese fantasma de lo vivo
al que nombro en voz baja
cuando una ventisca
hace zozobrar ruidosamente
las persianas de mi dormitorio,
ulula
y dejando a nadie tras de sí
tumba las macetas del balcón.

¿Es esta la belleza que van a deparar
las horas que le restan a la vida?

Observo con la perspicacia de un crío
entendiendo a medias las claves
de las apariciones.
Así te he visto a veces
descender
por una escalera de reflejos
precedida por el polen animal
que imponen a este cívico oxígeno
las copas sencillas de los tilos
del Passeig dels Til-lers,
y otras veces te he visto
antecederme
como una reminiscencia mejor
de mis propios paseos
dictando un nuevo sendero
a través de ese largo muro
culminado en vidrios rotos.
Creyendo verte.

Y nunca he preguntado
por qué de ti.

Por qué la lluvia.

Alzar el rostro
desprovisto de la duda
cada vez
cada
vez
y sentir esas primeras gotas,
la humedad de lo que aconteció
o no acontece en la tierra.
Lo que no sucede y luego queda adherido
a mis camisas como un olor,
como una imprecisa cicatriz
que borra
el agua jabonosa
de una ducha
y que de nuevo emerge
como arena que la Tierra escupe
y el cuerpo acoge.

Acaso la belleza que van a deparar
las horas que le restan a la vida.

Mi vida.

Y mi corazón como un huevo salvaje
que ya cruje en los altos nidos de la ciudad,
aunque a la ciudad no importe.

jueves, 20 de septiembre de 2012

el mejor de los mundos posibles


Como cada día Cándido sube los cuatro pisos de casa de Imya y golpea tres veces a la puerta. Sofía abre cómo está usté', señor Márquez, qué pronto llega usté hoy pa' ser lunes, pase, pase y Cándido pasa. Siempre le sobrecoge la oscuridad del apartamento, a veces tiene que dejar a tientas el abrigo en el recibidor y adentrarse tanteando los marcos con las manos por delante como un ciego reciente, a Imya le molesta la luz. A Imya le molesta ya todo, pobre Imya. Siempre la encuentra enfrente de la ventana mirando quién sabe qué en el patio. A Cándido le parece que nada, Sofía siempre dice sonriendo allá está doña Kuznetsova con sus fantasmas, y Cándido le tiende otra sonrisa igual asintiendo cómplice pero en realidad no, en realidad ya se está muriendo otro poquito. Luego Imya no le va a conocer, le va decir que vino papá a verla y le dijo que ese novio que tenía, el tal Márquez, no aparece, que ese se borró a la mínima en cuanto vinieron mal dadas, y luego dice que usted quién es, que qué quiere, que se parece usted a un novio que tuve que dice papá que se borró a la mínima en cuanto vinieron mal dadas. Y Cándido se muere como cada día y recoge el abrigo y dice adiós Sofía y Sofía dice adiós señor Márquez vaya usté' con Dios.

Y así martes y miércoles y jueves y viernes y fines de semana y cada mes y cada año desde hace veinte. Cándido Márquez sube los cuatro pisos de casa de Imya y golpea tres veces a la puerta y entra y Sofía abre cómo está usté' señor Márquez y Imya que vino papá y le dijo que el novio aquel el tal Márquez que no aparece que se borró a la mínima que vinieron mal dadas y Cándido se muere y coge el abrigo y se va. Y así veinte inviernos y veinte primaveras y veinte otoños y veinte veranos.

Pero un jueves 19 de marzo Imya no está delante de la ventana, está en la habitación probándose un vestido de flores violetas y Cándido se queda helado sin ni siquiera sacarse el dichoso abrigo, de pie en el comedor mirándola a traves de la puerta entreabierta. Y ella sale como muy contenta y dice Cándido, mi amor, has venido y al otro se le parte algo adentro pero no reacciona. Y luego Imya Kuznetsova toma a Cándido Márquez por las mejillas y lo besa muy largo y muy lento y después le dice que papá siempre le dice que él no iba a venir que se borró a la mínima que vinieron mal dadas pero que ella sabía que si no venía era por alguna cosa importante porque ella siempre ha sabido que él la amaba y que lo esperaba siempre cada día delante de la ventana del patio esperando verle aparecer y que lo hubiera esperado siempre ty maya lyubof' na fsyu zhizn'. Y Cándido, por primera vez después de veinte años, ese día no se muere mientras besa entre lágrimas la mano de su esposa.

lunes, 17 de septiembre de 2012

el flechazo


Alejandra está rota pero sólo piensa en agarrar aquel autobús. Las diez ya en los relojes y aquella carrera delatora y las ojeras y el pelo desordenado y la falda mal abrochada y el pendiente ausente y agarrar aquel autobús. Llega con retraso el de las nueve cincuenta, y la mirada extraviada de Alejandra recorre en un escrutinio casi científico el enorme cartel de anuncios de perfumes en que una mujer de su misma edad alcanza cotas de una exagerada perfección canónica mirando al infinito. Alejandra se palpa la cabellera discretamente, piensa en cómo quedaría su peinado caótico estampado en el frontal del próximo transporte público entre cien esquirlas escarlata de cráneo y dedica un minuto entero a imaginar coqueta sus vísceras extendidas a lo largo del pavimento divinamente conjuntadas con la suela roja de sus nuevos Louboutin. Siente una arcada que disimula como puede con una leve tos mientras rememora asqueada un último sorbo de esperma.

Al otro extremo de la marquesina Dariusz mira fijamente a Alejandra. Bajo la blusa desabotonada de ella luce el medio sol de un pezón tostado. No puede dejar de observarla. No debe tener más de veintidós años, esa muchacha, y cualquiera diría que ha sobrevivido a una guerra. Dariusz no parpadea.

El autobús tarda. Y los veinte minutos siguientes van sumando gentes a la parada y ratos muertos. Dariusz observa constante a Alejandra, y Alejandra hace ya quince minutos que ádvirtió la mirada de Dariusz y está congelada agarrada a su bolso en su rincón. Hace quince minutos que ha advertido también su pezón asomando de la blusa pero no ha sido capaz de ocultarlo, está excitada pensando en aquel hombre de unos cuarenta y largos que la observa fijamente detrás de aquella pareja de estudiantes.

Pero a veces un instante puede estallar súbitamente como un reflejo automático de un músculo, y un rubor extraño desconocido para Alejandra lleva su mano a ocultar con la blusa aquella mota de sexualidad bajo la ropa. Y sorprendida baja la mirada a la acera. Está encendida. No entiende. No sabe. Ya no piensa en el autobús destrozándola en escándalo. Piensa en esconderse, en huir.

Dariusz se acerca entre el gentío, no deja de mirarla y ella tiembla. Cuando aquel hombre está ya junto a ella, impasible, Alejandra reune fuerzas para hablar: -No he podido evitar darme cuenta de que estaba usted mirándome fíjamente.- Y entonces baja la vista a la blusa, donde dos protuberancias hacen mella en el algodón y en su pecho. -¿Se ha fijado en Eso...?- Se muerde el labio inferior.

Dariusz la toma entonces del brazo y la lleva aparte. El autobús ha llegado y ha recogido su carga y se ha marchado. Están solos. Él la peina con los dedos y le abotona la blusa y le limpia el rímel irregular del ojo izquierdo. -¿Cómo te llamas?- Dice con un marcado acento polaco. -A... Alejandra- Ella está conmocionada, de pronto le parece que ha vuelto a la niñez. Dariusz está tocando su mejilla con un atrevimiento y delicadeza desconocidos para ella. Todo se vuelve difuso.

-Alejandra... Estoy muy cansado, niña. Eres preciosa, Alejandra. Seguramente la mujer más bonita que he visto en mi vida. Y sí, Alejandra, me he fijado en Eso, y si no te hubieras sonrojado y ocultado con pudor ese maravilloso continente de tu cuerpo bajo la camisa... te juro que me hubiese tirado de una vez por todas a los pies de ese maldito autobús.

Son las once menos cuarto de la mañana. No hay nadie en la calle.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Don Dióscoro lo sabe todo todo todo

 
Don Dióscoro dibuja con la tiza un país y pone un nombre dentro mientras lee como un barítono: Uruguay. Los niños ponen también el nombre en sus cuadernos dentro del mismo país más pequeñito y no tan bien dibujado, Uruguay ponen con bolígrafos de colores con tinta que huele bien mientras se muerden un poquito la lengua en silencio y concentrados. A Don Dióscoro no le gustan las clases de geografía ni de historia ni de religión y se aburre y pierde a veces el tiempo travieso tardando una pizca más en acabar de dibujar los mapas o hace reír a los niños fingiendo que tropieza con la tarima o que le ha cogido un dedo el cajón del escritorio. Prefiere la de lengua.
 
En la de lengua escribe en la pizarra frases bonitas para su análisis que gustan mucho a Don Dióscoro, por ejemplo que LO PEOR QUE LE PUEDE PASAR A UNO ES LA ETERNIDAD y la Manoli pregunta: Don Dióscoro, ¿qué es la eternidad? Y Don Dióscoro dice: la eternidad es un muchísimo tiempo, Manolita. Y el Pepón pregunta: ¿y cuánto dura la eternidad, Don Dióscoro? Y Don Dióscoro dice: Pues mira, Pepón, unas doce horas enteras, las que van desde los besos múltiples de mi Lola por la mañana mientras me pone el abrigo y la bufanda y me dice que vaya bien "tapaíto" que el biruji es una "barbaridá" por la cuesta del pinar, hasta el beso único de mi Lola a la tarde cuando me espera en la sillita del patio haciendo jerseis con su mohín preferido de esperarme a mí. Eso dura exactamente la eternidad, Pepón, ni un minuto más ni un minuto menos.
 
Y la Menchu, con la carilla encendida y los ojos grandes suspira y dice: Ay, Don Dióscoro, cuánto sabe, Don Dióscoro lo sabe todo todo todo... Y el Florián, que saca las mejores notas y que siempre va muy repeinado y soltando a la que puede que su papá es el alcalde, añade: Buah, algo no sabrá... Y los otros niños le espetan al unísono y muy enfadados: Pues claro que algo no sabrá, tonto del haba, pero y ¿qué importa que algo no sepa Don Dióscoro si Don Dióscoro lo sabe todo?


 

jueves, 13 de septiembre de 2012

eterno santiamén


Este viejo ferrocarril que va a ninguna parte: cuando emerge de largos túneles huecos y ennegrecidos como osarios de caducos tuétanos, por sus ventanas estalla el día como un atentado y los pasajeros cierran los ojos avergonzados y ciegos menos Tú que siempre tienes los ojos abiertos o eso me parece también cuando cierro los míos y todos esos colores están siempre vivos y circulares: verde esperanza, marrón terroso, rojo dragón e hilos amarillos mapa arterial y venoso que traen como el alcohol al recuerdo la mujer revestida de sol de Blake y también un azul profundo como de una marisma que no he visitado nunca pero que quisiera no sabes cómo, más que vivir, cuyas olas hablan con la textura de la nata espumosa de un suizo chocolate caliente de diciembre al alba que siempre duele terminar; el calor de mis instantes tuyos es un átomo minúsculo que puede romperse deflagrando el infinito, mi mano está sobre la titilante carne de mi rodilla y la tuya está sobre una más calma falda de vuelo de tintes claros con cenefas hipnóticas que sirve de telón artístico al vertiginoso descubierto de tus muslos aparentes y suaves y la distancia entre las dos manos nuestras es centímetros y a la vez es la interminable distancia entre extremos del pasillo de corales y agónicos peces de plata que Moisés abrió en el Mar Rojo que yo recorro como un faraón sin reino abocado al agua turbia que ya se nos viene encima como un diluvio inevitable cuando el túnel próximo inunda de noche el vagón y como el apagón de una estrella el tren sigue siendo visible desde el afuera mientras en el interior, en  la más absoluta oscuridad, tus ojos siguen abiertos y dos fuegos fatuos policromáticos llevan a mis actos fantasma a entrar sonámbulos tras la camisa tuya que huele a verano mío a portar el invierno doloroso de mis manos a tus dos apéndices que son como las puntas tiesas y visibles de los cimientos del Valhalla tras un cielo cargado de nubes profanas que amenaza sagrada lluvia, puntas que al tocarse dan lugar al mundo de los hombres, imperfecto, finito y tendente a buscarte sin descanso como si en verdad cuando cierro los ojos tuvieras los tuyos abiertos siempre verde, marrón, rojo, amarillo, azul y estos habitaran un cráneo del que pende un nombre cierto y la última de las preciosidades infinitas de esta vida efímera. Todo esto entre frase y frase, en milésimas de segundos de minutos de horas baldías de los trayectos de este viejo ferrocarril que va a ninguna parte. Al despertar... la estación se acerca, el traqueteo del tren, los pájaros, los pasos, las horas. ¿Cuándo?, ¿cuándo perecerá la palabra?


 

miércoles, 12 de septiembre de 2012

contigo


Sueño:
tomar de la mano al otro
e Hiroshima
es la implosión de Plutón
que más tarde
-nada o centésima-
el cuerpo siente
como ajenas sacudidas
que inadvertidamente
deambulan
entre otros latidos comunes
          mecánicos
          obligatorios
          funcionales
          pragmáticos;
cada lágrima sobre un arpón
es un naufragio de los balleneros.

Sueño:
Ayer está por venir.
Hoy es siempre si se está despierto.

Súbitamente es importante que aquella rama rota acoja cotorras verde intenso.
Súbitamente es importante que los centros comerciales estén llenos por fuera.
Súbitamente es importante que los trenes que van lejos sean de cercanías.
Súbitamente es importante sangrar por los cortes.

Sueño:
Ojos abiertos.
Besos sin lengua mordiendo los labios como cachorros a un gato de trapo.

En el avión.
En el semáforo.
En el estanco.
En el pasillo.
En el bar.
En el parque.
En todas partes.
En ninguna parte.

Sueño:
Todo encaja como en un párvulo juego de geometrías.

Sueño:
Siempre. Tú. El día. Las palabras.

6:00 a.m.:
Sigo aquí. No te alejes. No te vayas.

6:00 a.m.:
Estoy dispuesto a ser absurdo.

6:00 a.m.:
Irreductiblemente sueño. Toma mi mano.

Siente el mayor de los pánicos. Tranquila. Yo también estoy temblando.
No te desnudes todavía. Dime algo sencillo y aterrador: que me quieres o que dudas.
Desperdiciemos. Que nos den muerte por todas partes.
Hagamos que valga la pena.

lunes, 10 de septiembre de 2012

a la belleza se la llevó el viento


Las cabras están recogidas y empieza a refrescar. Traigo algo de queso y unas hogazas de pan. Tomad. Es buen vino. Dejad que encienda mi pipa y os hable de Carlota.

Ay, Carlota, Carlota...

Pensó que desnuda era hermosa, que la ropa era un sádico excedente de todo ese amasijo de educación que desde niña venía pesando como una jaula. Y bueno, se desnudó. Y corrió colina abajo con grandes y obscenas sacudidas de los senos, parecían dos de los globitos llenos de agua del río con que se divierten esos niños gilipollas que juegan en verano junto al cauce a pisar a las culebras. Y su sexo húmedo -ah- brillaba como las aceitunas a la luz de aquel sol de agosto, y los destellos cegaban a los parroquianos que salían de la tasca con palillos entre los dientes, la copa vacía y una pena irreparable en el corazón. Y la llamaban puta y escándalo con cariño sin necesidad de levantar la voz en la calle vacía y los oían desde la pastura y desde el aserradero y desde la cantera y desde la iglesia los otros hombres, y en las ventanas acotadas por jazmines las mujeres asentían silenciosas y algo ufanas abandonando unos minutos sus ruecas. Pensó que desnuda era hermosa, y corrió colina abajo hasta el pueblo para vivir para siempre y ser penetrada entre los naranjos por los muchachos que roban naranjas. Pensó que desnuda era hermosa, que la tierra y su piel olerían siempre a fruta abundante y que la pureza era sólo una palabra más en boca de los que se acobardan.

Pobre Carlota.

Tomad un poco más de vino. Este año salió muy rico. Aquí hay más queso.

Pero en su ropa, abandonada como banderitas al viento en una piedra de la mitad del monte, habían pétalos dejados secar en los bolsillos, algunas piedras de colores del arroyo, tres fotografías de su madre de antes del accidente, un tenue olor a limpio y todas aquellas cartas a pluma de Damián -el hijo de Ramón el de la botica, el que se llevaron las milicias- atadas con hilo y enlazadas, con la tinta corrida siempre en el adiós, Carlota, te amo siempre. Todas ellas. Y eran muchas. Un montón. Una locura...

Y... pues eso, su ropa abandonada al viento en la mitad del monte sí que me pareció hermosa, mira. Pasaba por allá con mis cabras y os juro que no pude evitar enamorarme en seguida de aquel revuelo tan sincero y simple a merced del aire. Coñe, si eso no era belleza, no sé yo qué lo es... Veréis, un servidor es tan sólo un pastor de cabras, es lo que he sido toda esta vida de Dios con cabras o sin ellas -y a mucha honra-, pero sé lo que digo cuando os aseguro que era esa belleza en particular de Carlota, esa en concreto, a la que escribía Damián cuando en pleno agosto y a deshora se acercaba a las trincheras  sinuosa la reputísima Muerte -también desnuda y hermosa, dirán todos esos bohemios y artistas de la ciudad, je...-. A esa belleza, sí señor. Y sólo a esa.

Ah, si hubiérais visto a Carlota con su blusa de algodón y su faldica azul cielo y sus botas de agua, sentada arriba de la colina leyendo cartas...

 ...

Y ahora bebed, coñe. Se acercan desde el campanario unas nubes negras del copón bendito y este queso hay que terminárselo como que me llamo Damián.

viernes, 7 de septiembre de 2012

sacro ángel


a Sarco, que ve desnuda a la noche
como los gatos y los locos.


Chilenos, latid.

He aquí
vuestro poeta tuerto:

desprecia el planeta baldío
          mientras bornea
          las bacanales de este desierto
cerrando su ojo muerto
          a través de la mirilla
          de su vaso vacío,
es un francotirador experto
que tira a matar
          a la mentira
apuntando a la rodilla
          de lo cierto.

Chilenos, latid.

Lo cierto se arrastrará
sangrando un rojo oprobio
          hasta la posición
          -nada estrátegica-
          del tirador
en la cornisa selénica
de este terrestre manicomio,
se hará el muerto
muriendo
a los pies
          de su agresor
como un niño taciturno
          que espera ojo avizor
          entre sábanas hirsutas
el regreso
de su madre prostituta
          tras otro horrible turno
          para oír un bello cuento.

Y dormir. Dormir.

Dormir.

Chilenos, latid.

Vuestro poeta tuerto,
mirad, va a inclinarse
a besar a lo cierto
          en los labios
matando a la mentira
con su último hálito:

          que este amarse
          en vida
-con el corazón muerto-
era lo más necesario.

Chilenos, latid.
Latid.
          ¡Latid!
No esperéis pacientes
alcanzar el falso Cielo.
Amáos apresuradamente
en la verdad del suelo.

Las lágrimas de los ángeles
          ya cayeron,
          sólo los tuertos saben distinguirlas en el cieno.


miércoles, 5 de septiembre de 2012

salvar a Jesús


Padre, esa mujer yacía en la mitad de la Tierra.

Su cabellera oscura y su piel eran ya un pardo cúmulo de arena, las lágrimas en su rostro trazaban largos surcos de barro desde su mirada violenta hasta el remanso de su boca como una crecida torrencial y nocturna que hubiera ido a desembocar en un océano de calma.

Me pareció como si un lodazal pudiera ser hermoso y tierno todavía.

Las piedras habían dejado tantas magulladuras en sus brazos y piernas que apenas podía usarlos para erguirse y la bárbara herida de un acierto había horadado -mostrando la radiante blancura de su esqueleto- una brecha en el pómulo de la que manaba un hilo casi imperceptible de sangre muy roja; imaginé amapolas que abandonaban macetas de alabastro en Gomorra a merced de un viento ígneo y cruel.

De aquella buena turba que enviaste, Padre, seguían llegando aceradas lecciones de guijarros en el nombre del amor y de la comprensión...

Me incliné hasta sentir la grava clavarse en la carne de las rodillas  y puse dos dedos en su brecha mientras apartaba toda terrosa ignominia de sus ojos y labios y muchas piedras impactaban en mi ropa. Alzó la mirada. Sus iris pasaron del negro mate al ónice, como la habitación viciada en la que se abre un ventanal a la mañana clara de un jardín. Aprendo en ese momento que una mujer herida es acaso una estación ferroviaria del trópico por la que circulan nevados trenes llenos de fantasmas. Y una voz atemporal, como un sueño ligero de media tarde que revela un gran misterio, dice un ruego: haz que paren. Por favor, haz que paren.

Era obligado abrazarla e interponerse, Padre. Apartar la tierra con las manos aunque esta hubiera estado repleta de agujas o cristales. Con ella limpia en mi pecho, mi espalda fue un muro infranqueable.

¿Por qué entonces, Padre,
este castigo que dices
necesario?
  
¿Por qué truenas
amorosamente:
Hijo Mío hazte a un lado,
esa mujer es mujer para
hombres de verdad
que siembren de sal sus heridas?

martes, 4 de septiembre de 2012

mi corazón no alberga la duda


La ciudad tiende un pasaje por el que desgranan sus edades los árboles en largas alfombras de confeti, mis paseos son la onomatopeya de un quebradizo invierno del que me enamoro ya a primeros de septiembre... La luz está cortada a media tarde con tijeras, es una manualidad de preescolar que arroja hilos de días mejores sobre dos aceras divergentes. Brama mi más preciado músculo ininteligibles nanas que tarareo, musito, declino a solas.

Los veranos mueren a veces, amor, como héroes de guerra.

Espérame al final de la avenida. Llegaré ya en mi límite y necesitaré abrazos y una pizca de comprensión, acaso un bonito silencio que diga cosas que me hagan llorar. Pero no me digas tu nombre entonces, no todavía. Sólo cuando sepas quién eres y besándome con ternura adviertas en el soslayo que bajo los escombros la ciudad también tendía un pasaje por el que desgranaban sus edades los árboles en largas alfombras de confeti a pesar de las bombas... que las casas calcinadas también albergan, amor, cuartos de ceniza en los que tienen cabida los besos.

Que todo irá bien a partir de ese momento, que las alambradas que el tiempo tendió sobre los jardines de nuestra vida no fueron nunca escollo para las golondrinas que anidan en los tejados.

Y que eres y serás la más hermosa. Mi única esperanza. Mi corazón no alberga la duda.

lunes, 3 de septiembre de 2012

la playa


Un hombre
        arremete contra su tristeza
como el océano
        arremete contra las rocas,
oleaje deja tras de sí espuma
que otro oleaje recupera seguidamente,
a veces espuma es
                            cangrejos rojos
que atraviesan el rocaje
y habitan indefinidamente una costa desierta,
la hacen ámbar y móvil,
la hacen costa;
a veces oleaje son
                            iridiscentes conchas vacías
que traen luz al oscuro tapiz de las orillas,
a veces cuerpos de botellas
                                          con alma
                                                        de papel mojado,
a veces el océano ha abandonado algo
que no ha querido
o no ha sabido retener,
bellas
         y fragmentarias
                                madréporas
del antaño indivisible arrecife.
Y luego
        a veces la superficie.
En las playas solas
los amantes buscan un recodo
        en el que bucearse,
y de entre todas las olas
                                     que acometen sus desnudos
un sólo océano
será el que fijen en el tiempo
        -tras volver a tierra firme-
        en el milagro de lo eterno.

También un océano
        arremete contra las rocas
como el hombre
        arremete contra su tristeza.

Inútil, involuntario, hermoso.

        La vida.