miércoles, 17 de julio de 2013

abrirse o cerrarse una puerta


Quizás se ciernen hoy sombras colosales de apocalipsis sobre la diminuta llama de este candil y piensas en mi voz como en ese búnker insondable desprovisto de muros y de techumbres. Ven entonces, cierra esa fina puerta tras de ti que existe apenas, esa tenue frontera adonde lindan sin tocarse la nada y el bisbiseo y siéntate conmigo aquí junto a este buen potosí de aire, en este sillón escaso donde apenas cupo nunca un hombre solo y hoy sobra espacio para una o dos personitas así calcadas a tu rostro y corazón. Ven, cierra esa puerta tras de ti tan endeble e indestructible como la acristalada muralla de un acuario, deja que afuera se nos oiga en la exacta intensidad en la que hasta ahora se nos haya escuchado. Ven, mi amor, deja que impetre en el lacónico silencio el calabobos de la ausencia, que en llover suene a perdón y en evaporarse a ternura...

Duerme bien, descansa. Aguarda en mi hombro así a mi lado por nido.

Mañana cuando amanezca sabrás al fin que al fin siempre amanece. Abriremos la puerta juntos, esa fina puerta, esa tenue presa que aliena de piélagos el desierto, y verás que habrán brotado ya las primeras flores en la mitad de este erial de cuarteada tierra y verás que ya olerá a desgreñados jardines el mismo viento seco que ayer peinó la duna.

Desperézate.

Mañana serás tú y serás buena y serás hermosa y seremos libres igual que hoy lo somos. Mas mañana, amor, no será necesario decírtelo porque habrás aprendido ya a mirar en los espejos.



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