miércoles, 3 de julio de 2013

busca el hombre de hojalata en Oz y encuentra el pechito de Dorothy en Kansas

Se intuye el viento en las ropas horizontales.
Nuria D. Valero


Él era un tipo deforme, arrastraba como una fea escoba la siniestra a lo largo del parque dejando tras de sí un horrible surco profundo e irregular en la tierra llana y los críos que jugaban al sol con la cometa tornábanse al verlo sombríos y las parejas abrazadas en los bancos tornábanse al verlo esquivas. Era un edificio que llevaba viniéndose abajo toda una vida sin terminar de caer, daba vértigo verlo, daba mareo, descomponía, dábale a todo sombra, una sombra que crecía. Los ojos tan adentro que veía el mundo a través de un túnel, miraba raro, miraba insostenible, miraba que hería. La ropa vieja, la ropa anciana, la ropa de otro tiempo que nunca pasó, la ropa daba asco, la ropa no la vestía nadie normal, la ropa que vestía. Pero adentro era Ulises, Prometeo y Alejandro, adentro había constelaciones, crónicas, satélites y jardines extensos e inabarcables como el oxígeno. Adentro venía guardando todo lo pasado afuera, las parejas diarias en los bancos a la sombra de los árboles, los estudiados besos, esos que muerden un poco, esos que sólo transcurren de un labio a otro, esos que chocan, esos que rozan, esos que electrifican, esos que se dan a nadie a ojos cerrados a diario en los bancos a la sombra de los árboles desde que hay bancos y hay bocas y hay árboles. Y si tenía que hablar, si alguien alguna vez le  había preguntado que qué, que cuándo, que si hubiera querido alguna vez, algún día, algún instante... no respondía, miraba raro, miraba insostenible, miraba que hería a través del túnel, daba vértigo, daba mareo, descomponía. Pero adentro era Ulises, Prometeo y Alejandro. Adentro era una de esas fecundas islas del mapa preñadas de doblones en sus grutas, esas de frutas desconocidas y jugosas mecidas en su rama por la brisa del mar, esas de playas primeras y remotas y mejores que el agua, esas que en ningún caso nunca nadie jamás bajo ninguna circunstancia pisó antes.

Ella, la otra parte afuera de esta historia, era el adentro.



3 comentarios:

  1. Como un árbol a quién le crecen sus ramas para adentro, atraídas por la intensidad de los soles interiores, por la inmensidad del cielo íntimo.Quizás, de algún modo, así somos todos. Y nunca nadie sabe la sombra tan acogedora que da ese follaje. A no ser cuando este se extiende por un libro o un cuadro...Perdona, me fui...Me gusta el modo en que tus textos se apoyan en las imágenes. Y la sorpresa que me aguarda en cada una de ellas...Un abrazo

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  2. Y por eso nos sacan las muelas a la vez...

    Quierote

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  3. qué maravilla has escrito Chus.
    un beso.

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