jueves, 13 de septiembre de 2012

eterno santiamén


Este viejo ferrocarril que va a ninguna parte: cuando emerge de largos túneles huecos y ennegrecidos como osarios de caducos tuétanos, por sus ventanas estalla el día como un atentado y los pasajeros cierran los ojos avergonzados y ciegos menos Tú que siempre tienes los ojos abiertos o eso me parece también cuando cierro los míos y todos esos colores están siempre vivos y circulares: verde esperanza, marrón terroso, rojo dragón e hilos amarillos mapa arterial y venoso que traen como el alcohol al recuerdo la mujer revestida de sol de Blake y también un azul profundo como de una marisma que no he visitado nunca pero que quisiera no sabes cómo, más que vivir, cuyas olas hablan con la textura de la nata espumosa de un suizo chocolate caliente de diciembre al alba que siempre duele terminar; el calor de mis instantes tuyos es un átomo minúsculo que puede romperse deflagrando el infinito, mi mano está sobre la titilante carne de mi rodilla y la tuya está sobre una más calma falda de vuelo de tintes claros con cenefas hipnóticas que sirve de telón artístico al vertiginoso descubierto de tus muslos aparentes y suaves y la distancia entre las dos manos nuestras es centímetros y a la vez es la interminable distancia entre extremos del pasillo de corales y agónicos peces de plata que Moisés abrió en el Mar Rojo que yo recorro como un faraón sin reino abocado al agua turbia que ya se nos viene encima como un diluvio inevitable cuando el túnel próximo inunda de noche el vagón y como el apagón de una estrella el tren sigue siendo visible desde el afuera mientras en el interior, en  la más absoluta oscuridad, tus ojos siguen abiertos y dos fuegos fatuos policromáticos llevan a mis actos fantasma a entrar sonámbulos tras la camisa tuya que huele a verano mío a portar el invierno doloroso de mis manos a tus dos apéndices que son como las puntas tiesas y visibles de los cimientos del Valhalla tras un cielo cargado de nubes profanas que amenaza sagrada lluvia, puntas que al tocarse dan lugar al mundo de los hombres, imperfecto, finito y tendente a buscarte sin descanso como si en verdad cuando cierro los ojos tuvieras los tuyos abiertos siempre verde, marrón, rojo, amarillo, azul y estos habitaran un cráneo del que pende un nombre cierto y la última de las preciosidades infinitas de esta vida efímera. Todo esto entre frase y frase, en milésimas de segundos de minutos de horas baldías de los trayectos de este viejo ferrocarril que va a ninguna parte. Al despertar... la estación se acerca, el traqueteo del tren, los pájaros, los pasos, las horas. ¿Cuándo?, ¿cuándo perecerá la palabra?


 

6 comentarios:

  1. en la via muerta.

    fabuloso tete.
    un fuerte abrazo.

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    1. Jo. Estoy pensando que "Fabuloso tete" habría sido un título fantástico para el blog... jajaja Lo digo en serio, tío.

      Un abrazo, tete.

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  2. eterno, paradojas de los santiamén son eternos.
    Un beso

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  3. la palabra nos mata y nos da la vida.

    la imagen con la que introduces el ferrocarril en el texto es de traca. madre mía.

    abrazo gordo.

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    1. No lo introduzco yo, Antero, este cabrón tiene vida propia. Yo también te abrazo.

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